Tomando como punto de partida una lectura dislocada del libro La parte maldita (1949) de Georges Bataille, esta exposición busca seguir reflexionando en torno a la violencia, pero ahora a partir de la obra de tres artistas contemporáneos.
Josefina Guilisasti, en El caso de las cajitas de agua (2003), recoge de la historia un caso policial para elaborar, en siete partes, un cuerpo cercenado sobre la mesa de una cocina, trozos envueltos en paquetes con papel de diario y mantel de hule. La homicida es Rosa Faúndez y en ella se encarna la precarización laboral de una economía doméstica y marginal que recae con todo el peso sobre el cuerpo femenino.
En El ladrillo (2018-2019), Patrick Hamilton exhibe sobre una mesa un montaje de archivos que permiten releer los modos en que el neoliberalismo se implementó en Chile mediante una “terapia de shock” que terminó deviniendo luego una forma de vida.
En el video de Christian Salablanca, Dos piedras (2017), el choque de los dos puños y la reverberación del sonido seco de los golpes, activan la memoria de todas las violencias y resistencias que han constituido la trama amarga de la historia.
En estas obras, la violencia se presenta como una memoria traumática. Y si trauma significa herida o vulneración, las operaciones visuales que aquí se exhiben emergen ellas mismas desmembradas, rotas o dolientes. Desde allí, desde esa condición, nos invitan a pensar el modo en que las imágenes del arte pueden resistir la violencia del mundo.